sábado, 2 de abril de 2016

Vivir sin manual

La vida es para vivirse sin manual. Lo espontaneo, lo no previsto, lo auténtico es la esencia de la vida. Cuando crecemos perdemos la naturalidad (que también llamo libertad), esa que nos permite sonreir, abrazar, robar besos, gritar al viento, mojarnos en la tormenta, maravillarnos de nosotros mismos.

Dejamos de actuar libres, de hacer lo que "nos nace".

Nos volvemos intérpretes de personajes y estereotipos prefabricados.


Apropiado, no apropiado, etc. son condiciones, límites, corrales, contenedores, supresores.

La vida no tiene instrucciones, la vida es un infinito impredecible, abierto, vasto, salvaje.

Escribir es vomitarse

Escribir no es sencillo, principalmente porque uno se enfrenta a sus propios demonios (y a sus fantasmas y sirenas), esto le sucede a la mayoría de los escritores.

Cuando escribes te vuelcas al papel (y a veces te revuelcas), no solamente te dejas ver, sino que, te vez... tu ser adquiere dimensiones nuevas.

Escribir es un ejercicio de autorevelación, de conciencia, es ir desmenuzándose palabra por palabra, entregarse, exponerse, compartirse.

Es un acto valiente porque se asumen riesgos; críticas (justas o injustas, terribles o leves), se acepta sentir lo que se deba como consecuencia. Escribir conlleva el estar dispuesto a vivir y ser testigo escudriñador de todo lo que se puede sentir (sin huir).

Es rebeldía porque se levanta la voz y se expresa, dejando de ser solo un cuerpo más que ocupa espacio y guarda un infinito.

Escribir es vomitarse, soltarse, abrirse.