Las promesas son compromisos. Nada habla tanto de una persona como sus promesas, si las cumple o no; de su decir y hacer, de su conciencia del otro, de su sentido del respeto por el otro. Pero, cuando esa persona además es un político, el efecto se magnifica, porque la promesa no es para una persona, sino para una comunidad entera; el compromiso entonces es mayor, es un compromiso público.
Si los políticos no cumplen sus promesas entonces mienten. Quienes así lo hicieron posiblemente prometieron sin saber si podrían realizarlo, o peor, sabiendo que no, pero fue su decisión. Significa que eligieron mentir, y que subestimaron a los ciudadanos, que se aprovecharon de su necesidad y su confianza, y que lo que les interesaba era engañar para conseguir un puesto.
Las campañas políticas son una competencia, no para revelar quién es el mejor candidato; el que le podría servir mejor a la sociedad, sino, una competencia de astucia, en donde el que logra engañar mejor es el que se lleva los votos. Fallar a la confianza de los ciudadanos no es algo que les preocupe, porque después de las elecciones ya no tiene importancia.
Si los políticos son capaces de mentir en campaña sin ningún tipo de límite, eso significa que están llegando a los cargos públicos los especialistas en mentir. Y peor, personas a las que lo que menos les importa es la vida de los ciudadanos.
La carrera política en nuestro sistema no es de habilidades políticas, sino de persuasión.